Leyenda del Chan


   Antes del arribo del cine y la televisión a nuestro pueblo, el único medio de entretenimiento era escuchar las narraciones que todas las tardes contaban nuestros padres o abuelos. Algunas eran bellas, chuscas y hasta fantasmagóricas; infundir temor entre los niños de Apaseo el Alto era relativamente fácil, bastaba con hablarles del Diablo, el Nagual, la Llorona o algún muerto que se hubiera aparecido en alguna de las callejuelas del poblado.

 

   No obstante lo increíble que parecieran las historietas que una y otra vez se contaban, a nadie le hubiera gustado conocer personalmente a cualquiera de los personajes de aquellos cuentos; toparse con el diablo, ponía los pelos de punta con solo pensarlo; encontrarse con el nagual, por lo menos provocaba que los pantalones se humedecieran o conocer a la Llorona, ¡Dios guarde la hora! exclamaría cualquier habitante de nuestro pueblo.

   Pero había un personaje que al escuchar la narración de su leyenda, infundía temor pero también curiosidad; significaba un freno para quienes merodeaban el lugar que habitaba, pero también un reto para percatarse de su existencia: ese personaje era nada menos que «El Chan”.

   En la zona sureste del pueblo de Apaseo el Alto, sobre un accidente geológico conocido como La Cañada existe un gran número de manantiales desde tiempo inmemorial. Las aguas que se generaban parecían brotar de mantos freáticos inagotables, muchos asentamientos humanos se instalaron en las orillas de esos parajes donde el vital líquido abundaba; ahí se ubicó Rahatzi, San Andrés, El Paso y Apaseo el Alto.

   De todos los manantiales existentes, había uno particularmente generoso: abundante en sus aguas, cálidas, cristalinas y generador de cualquier tipo de vida, desde donde se le mirara parecía un espejo donde se reflejaba el celestial color azul del firmamento Apaseoaltense. Nuestros antepasados celebraban en sus márgenes los rituales del sacrificio humano y las ofrendas a sus dioses.

A la llegada de los españoles, las aguas de ese manantial les fueron arrebatadas a los naturales de la zona y conducidas a las haciendas colindantes. No contentos con haber usurpado aquel nacimiento, construyeron una profunda acequia para captar el agua que emanaba de otros pequeños nacimientos y aguajes. A ese canal construido de manera artificial se le conoció desde entonces como «El Tajo».

   Impedidos para abastecerse de agua para beber, bañar y asear la ropa, los habitantes de la zona tenían que recurrir al lugar para satisfacer todas sus necesidades; los ociosos comenzaron a desforestar las zonas aledañas, a contaminar el agua y a explorar una milenaria cueva por donde salía el agua a la superficie. Fue entonces cuando se inició la leyenda…

  Los eternos aventureros, no conformes con explorar la profundidad de las aguas comenzaron a indagar en el interior de la caverna; con un falso valor, se auxiliaban de antorchas humeantes y sobre el fondo del subterráneo río se fueron depositando objetos ajenos a la vida acuática.

Las luces y los ruidos en el interior de la cueva fueron provocando la ira de las distintas especies que ahí habitaban; una y otra ocasión veían perturbada su tranquilidad y la impotencia por impedirlo se fue transformando en odio.

Pero un día, algunos de esos aventureros se internaron en la cueva y misteriosamente desaparecieron: quienes se habían rezagado únicamente habían escuchado el grito ahogado de alguien que había intentado pedir auxilio; llenos de temor regresaron al poblado y después de contar lo sucedido nadie daba crédito a la coartada.

   La desaparición misteriosa de exploradores en el interior de la cueva fue cada vez más frecuente: se argumentó que como la cueva no tenía fin, los ríos subterráneos los habían arrastrado, hasta que algunos comenzaron a hablar de un extraño ser que ahí vivía y que era el que se tragaba a la gente. Sin embargo sus versiones no fueron aceptadas por nadie: decían que era un ser mitad diablo, mitad chivo, cubierto de pelos largos y viscoso; otros decían que era un pez con hocico de puerco, lleno de plumas y cuerpo de víbora, la verdad era que nadie lo había visto de cerca.

   La contaminación del lugar, los pleitos por el agua y las misteriosas desapariciones fueron cada vez más frecuentes. El sacerdote del pueblo acudió una y otra vez a rezar en el lugar, pero sin impedir la barbarie de los ociosos. Un anciano de cerca de cien años que manifestó haber nacido en el sitio, al igual que su padre y sus abuelos, contó entonces lo que generación tras generación se había heredado entre los pobladores de Apaseo el Alto en relación al antropomorfo personaje.

El Chan, leyenda de Apaseo el Alto, concepto por Armando Juárez
Leyenda del Chan

Decía por principio de cuentas, que «El Chan» no se comía a la gente por gusto, decía que solo castigaba a quienes acudían a aquel sagrado lugar a hacer «cosas malas», cosas que pudieran ir contra la moral de los vecinos, a contaminar el agua y a sacrificar o capturar los animales acuáticos.

   Platicó también que «El Chan» había sido una persona que alguna vez había vivido en las inmediaciones del lugar y que por haber maldecido la abundancia del agua, había muerto ahogado y condenado a salvaguardar la pureza de sus aguas. Sugirió entonces al sacerdote que echara agua bendita sobre el cauce de El Tajo y el maleficio terminaría…

   El sacerdote rezó la Magnificat y arrojó agua bendita al lugar; conforme pasaron los días el agua fue mermando hasta llegar a su total desaparición. Algunos metros dentro de la cueva, sobre un charco de lodo y material gelatinoso fue encontrado el cuerpo de «El Chan»; un grupo de jovencitos lo sacaron y pasearon por algunas calles de Apaseo el Alto, hasta que un repartidor de pan Bimbo les compró el cuerpecillo inerte del misterioso personaje para llevarlo dizque al Museo de Antropología.

   Curiosamente, algunos de los muchachos que sacaron el cuerpo de “El Chan”, a uno le apodaban el Diablo y a otro el Nagual y a los cuantos días del acontecimiento, uno comenzó a quedarse medio loco y el otro murió ahogado en un río subterráneo de los Estados Unidos.

Este artículo se publicó originalmente en la edición 29 de La Clave, siendo una colaboración del historiador de Apaseo el Alto: Francisco Sauza Vega. El dibujo de portada que representa al Chan es autoría de Francisco Sauza.

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